lunes, 5 de enero de 2009

Un niño cualquiera

Un niño aparentemente cualquier iba a la escuela, como cualquier otro niño. También le gustaba ir a las casas de sus amigos, como a cualquier otro niño. También disfrutaba de las tardes en la placita jugando al futbol con su papá, u otras veces con amigos, como cualquier otro niño. Su nombre: José.
José tenía a sus tres mejores amigos, Juan, Pablo y Martín, que el llamaba “amigos para toda la vida”, igual que cualquier chico de 9 años. Además de sus tres “amigos para toda la vida” José era muy sociable. Todos en el aula lo apreciaban mucho. Él era como un líder del resto. Si, definitivamente era el líder del aula. Lo que José quería se hacía, igual que pasa con cualquier chico de 9 años suficientemente sociable, y tal vez algo manipulador.
Un día, José saludó a su mamá lo menos embarazosamente posible delante de sus tres “mejores amigos para toda la vida” y se fueron los cuatro juntos a jugar con una pelota a la plaza. Primero hicieron pases, pero como José se estaba aburriendo, hicieron un partidito de dos contra dos. José y Pablo venían ganado 3 a 0 hasta que derepente Juan se acercó velozmente al arco de José y Pablo, quien debía defender, estaba mucho más arriba. José hizo lo que pudo para evitar el final inminente de esa jugada, pero no había nada que hacer, era inevitable. Fue ahí cuando todo cambió, luego de la replica de José a Pablo, este último se levanto enojado del suelo, y lo insulto de arriba abajo, pero sin embargo de forma bastante digna para un chico de 9 años. No uso ni una sola de las “palabras feas” que su mamá no le dejaba usar. Todo lo contrarío, lo insulto con altura. Juan y Martín dejaron de festejar de inmediato, atónitos a lo que estaban viendo y escucharon. Pero no se dejó esperar la intervención de ambos para ayudar a Pablo que finalmente se estaba animando a enfrentar la realidad.
José quedó solo en la plaza. No le preocupaban sus “amigos para toda la vida” porque sabía que era una pelea como cualquier otra, y que al día siguiente volverían a amigarse. Ahora estaba preocupado por haberse quedado solo, tan tarde en la plaza. Hasta su casa había sólo dos cuadras, que José conocía y de hecho conocía a los dueños de las casas de esas cuadras, pero su madre siempre le decía que nunca, por ningún motivo, este solo en la plaza de a la vuelta de su casa. José por primera vez en su vida sintió pánico. No miedo, eso ya lo había experimentado. Pánico. Estaba petrificado. Con un gran susto escucho una voz que le dijo “Vení José, vení conmigo”. Al ver que era el conocido carnicero de a la vuelta de su casa, Carlos, se tranquilizó mucho.
José caminó con Carlos hasta la casa del carnicero. Entraron y luego de ofrecerle una taza de leche caliente Carlos le dijo que se quedará tranquilo que lo iba a llevar a su casa.

Había ruido de sirenas. José vio como la policía se llevaba a Carlos. Trato de ir a defender a su amigo, pero no pudo. Estaba atado. Estaba boca arriba atado. Entró en un vehículo donde estaban sus papás. Era una ambulancia. Les dijo a los papás “Vayan, se lo llevan, Carlos es bueno, él me ayu…”. Un insoportable dolor en su pierna no le permitió seguir hablando. Un médico se le acerco, sin que José entendiera porque le dio lo que él creía una vacuna. Se despertó en el hospital.
La verdad que el buen carnicero Carlos había maltratado a José a más no poder. José tenía sus dos brazos rotos, igual que una de sus piernas, un tobillo luxado y sin hablar de moretones por todo el cuerpo. Aparentemente el abuso no había sido sexual, sólo violencia y con aparatos de tortura realmente duros para un niño de 9 años como José, un niño de 9 años cualquiera.
Aparentemente Carlos estaba drogado, borracho o ambas, porque se justificaba diciendo que era lo mejor para la humanidad, que convenía matarlo y perder una vida de un niño ahora antes que millones de vidas en unos años. Su sentencia fue cadena perpetua. El niño por suerte se recuperó. Sin embargo no faltaron carteles y pancartas con mensajes como “Maten al abusador”, “El pueblo contra la inseguridad”, “Maten al carnicero, salven a un niño” o “Es intolerable la tortura. Más a un menor”.
Varios años después, José entró al gobierno muy aclamado por la gente y con un cargo muy importante que le otorgaba mucho poder; tal vez demasiado.
A los dos años de estar en el gobierno, aclamado por el pueblo, José puso en marcha un plan brillante, un plan que nadie conocía, salvo él, y tal vez, en un lugar lejano Carlos, el carnicero.
Ah, me olvidaba de un detalle, a los 18 años José cambió su nombre legal. Se auto-bautizó Adolf Hitler.
Varios años después corrió un rumor de que José había muerto. Nadie sabía si era verdad.

Yo hoy, 100 años después de ese rumor les puedo asegurar, José, aquel niño monstruo, no murió, sigue entre nosotros. Adquirió un nuevo poder; el de adoptar distintas formas. Él puede ser como quiera. Le gusta aparecerse en partidos políticos, en tribus urbanas, en movimientos y en muchos lugares más.

El monstruo no murió. Está mutando. No lo dejemos crecer.
Caminaba tranquilo por allí,
Como siempre, paseando,
Distraído, pensando.
De pronto lo sentí,
Vi la forma en que caí.

Pareció ser eterno,
Caía y caía,
Nada me detendría,
Pero entonces choqué,
Y ahí fue que desperté.

Rápidamente me levanté,
Como si nada, me acomodé,
Y ahora si, que estaba en píe,
A escapar me dediqué.

Algunos dicen que no estuve,
Otros opinan que no caí
Y que simplemente seguí…

Yo no se que pensar,
Pero lo que aseguro,
Es que por ahí,
No vuelvo a pasar.